¿Estamos hechos para la vida en la oficina?, ¿qué dicen nuestros genes al respecto?

Por Dra. María de Lourdes González del Rincón MD, MBE

El ser humano moderno tiende a vivir en circunstancias que no se habían presentado previamente en la historia de la humanidad: largas horas de trabajo frente a una computadora, sometidos a estrés que con frecuencia se vuelve crónico, dando prioridad a la productividad sobre el autocuidado. Además, hemos modificado lo que comemos,  cómo lo comemos, y cuando lo comemos y, con frecuencia en las grandes ciudades, tenemos poco o nulo contacto con la naturaleza.

Viene a mi mente el ejemplo de un empleado de un callcenter: se levanta, se arregla y se traslada a  su trabajo, en donde probablemente tenga metas difíciles de alcanzar, largas horas sentado frente a un teléfono y una computadora; hablando con clientes molestos que gritan y amenazan, mientras tanto, se toma tal vez unas 4 o 5 tazas de café con un sustituto de leche a base de químicos y acompañado por unos cuantos paquetitos de galletas o panquecitos de la máquina expendedora; y así , la mayor parte del periodo que pasa despierto, la mayor parte de sus días…

¿Estamos hechos para este estilo de vida?

En las últimas décadas se ha retomado el estudio de los factores evolutivos que se ven reflejados en nuestros genes. El ser humano, a lo largo de miles de millones de años, fue adquiriendo rasgos generales que favorecían su supervivencia en el ambiente en el que se encontraba en ese momento, y con los retos particulares a los que se veía expuesto. Nuestros antepasados tenían escasez de comida, recorrían largas distancias para conseguir alimento y agua, y necesitaban poder reaccionar de forma inmediata ante el peligro.

Existen variantes genéticas que han permanecido en nuestro genoma generación tras generación, debido a que nos proporcionan mecanismos de afronta en las situaciones antes mencionadas, sin embargo en la actualidad pasamos largos periodos con poco o nulo movimiento físico, usamos nuestras manos para actividades distintas (como teclear en lugar de usar herramientas de defensa o de caza) tenemos disponibles alimentos con total facilidad y rara vez estamos expuestos a riesgos para nuestra vida que requieran una respuesta inmediata. Sin embargo sí solemos estar sometidos a estrés sostenido por períodos de semanas, meses o años.

Estas diferencias se han hecho tan patentes en nuestra vida diaria que ha sido necesario  crear una disciplina que las estudie dentro de la medicina, para explicar cómo es que aquellos rasgos genéticos que nos han permitido sobrevivir y adaptarnos, pueden ahora conferir un incremento de riesgo o susceptibilidad a algunas enfermedades. Esta disciplina se ha llamado medicina evolutiva y entre otras cosas nos aporta información respecto al impacto del estilo de vida actual en la salud y calidad de vida. Es decir, que los pequeños cambios en nuestros genes que se han quedado generación tras generación porque nos proporcionaban una ventaja para sobrevivir, podrían parecer no tan necesarios en la actualidad, sin embargo, los seres humanos no hemos tenido tiempo de adaptarnos a las condiciones de vida actuales, genéticamente hablando, debido a que el desarrollo de la tecnología ha sido tal que nuestra vida ha cambiado de forma significativa en pocas generaciones.

Ejemplos de esto existen varios, nuestros ancestros requerían una gran cantidad de movimiento y ejercicio físico para sobrevivir: largas migraciones, traslados para conseguir cazar, el esfuerzo físico que requiere la agricultura, etc. es por ello que muchos de nosotros hemos heredado variantes genéticas “ahorradoras” que nos permiten sobrevivir a periodos de hambre, crudos inviernos o cambios en la composición de nuestra dieta (por ejemplo temporadas largas sin acceso a fruta u otras fuentes de carbohidratos).

En la actualidad, y considero que para bien, como sociedad hemos encontrado estrategias que nos garantizan el acceso a alimento y, al menos en las grandes ciudades, tenemos disponible comida de manera constante y en muchas ocasiones con una composición de micro-nutrientes a la que no habíamos estado expuestos anteriormente; resulta también que estábamos adaptados para el tipo de trabajo físico que realizábamos hace miles de años y no a trabajar ocho horas diarias frente a una computadora comiendo alimentos ultraprocesados. Sabiendo esto podemos hacer pequeñas modificaciones en nuestro estilo de vida que se adapten más a aquello para lo que nuestro cuerpo estaría “diseñado”, volver a nuestros orígenes,  readaptarnos a las necesidades de nuestra fisiología. De ahí , las recomendaciones en nuestros relojes inteligentes de buscar movimiento físico cada hora, la necesidad de actividad física de moderada intensidad varias veces por semana, la prescripción de disminuir la cantidad de alimentos procesados en nuestra dieta o evitar comer más de 3 a 4 veces en un día.

El estrés laboral es otro ejemplo claro: nuestra genética se ha desarrollado de tal manera que en el momento en el que tenemos un riesgo inminente (como que nos persiga un depredador) todo nuestro metabolismo se modifica para priorizar la respuesta inmediata con el fin de sobrevivir a esta amenaza. El metabolismo de nuestra glucosa e insulina, la irrigación en nuestros músculos, la dilatación de las pupilas, etc. todo enfocado en poder correr lo más rápido posible para que, con suerte, no nos alcance ese depredador. Pero muchos de nosotros vivimos en una gran ciudad, con cierta seguridad y en sociedades en las que no hay este tipo de afrentas. Sin embargo, estamos expuestos a estrés laboral crónico que mantiene nuestro cuerpo y mente en estado de alerta constante, similar a lo que se vive en una guerra, con esa percepción de que el peligro (depredador) está presente todo el tiempo. Esto desencadena alteraciones en los patrones de sueño alteraciones metabólicas, vasculares, entre otras, dado que nuestro cuerpo no puede sostener la respuesta al estado de alerta por periodos tan prolongados sin hacerse daño. Nuevamente los genes que nos permitieron sobrevivir y adaptarnos hasta la actualidad, asociados a  factores medioambientales distintos, pueden condicionar riesgo o susceptibilidad para enfermedades.

¿Qué hacemos entonces? No podemos cambiar nuestros genes y no tendría sentido regresar al estilo de vida que teníamos en la antigüedad.

Buscar un punto medio adaptativo en donde saquemos provecho de todos aquellos rasgos genéticos que nos han cuidado históricamente y también de los grandes beneficios de la vida moderna parece ser la solución. El ejercicio, la meditación, los ejercicios de respiración, etc. nos permiten gestionar el estrés crónico de manera adecuada, sacar a nuestro cuerpo del estado de alerta.

Modificar los espacios de trabajo para propiciar el contacto con la naturaleza, descansos frecuentes durante el día, movimiento gozoso como parte de nuestra rutina diaria, respetar los periodos vacacionales buscando desconexión total del trabajo, propiciar ambientes laborales amigables, el liderazgo positivo, incentivar a nuestros equipos de forma adecuada, y muchas otras estrategias, pueden ayudarnos a encontrar un estilo de vida en el que saquemos el máximo provecho de los rasgos genéticos que nos protegen mejorando nuestra calidad de vida y disminuyendo el riesgo de desarrollar enfermedades.

Nota del editor: Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión y refleja únicamente la visión del autor, no necesariamente el punto de vista de Alto Nivel.

MÁS NOTICIAS:

The post ¿Estamos hechos para la vida en la oficina?, ¿qué dicen nuestros genes al respecto? appeared first on Alto Nivel.